Esta conferencia y laboratorio tuvo el apoyo del Ministerio de Culturas de Colombia, gracias al programa de estímulos con la Beca de Circulación Internacional para artistas visuales.
Con Mariana Matija estuvimos conversando en el marco de la exposición “Cuerpos glaciares, ancestros hídricos de una extinción futura” el pasado 4 de agosto, en forma de charla: ‘Niñapajaroglaciar’ y del laboratorio: ‘Poética glaciar y otros cuidados.
En el encuentro, pudimos ahondar y honrar “el espacio de las relaciones” con seres no necesariamente humanos con quienes convivimos y compartimos esta isla llamada tierra, y “el espacio de las ausencias” donde la perdida de formas de vida crea lagunas que se resisten en nuestro cuerpo.
Dejo aquí dos fragmentos que Mariana Matija leyó de su último libro “Niñapajaroglaciar” que conmueven mi corazón.
Fuimos dejando atrás las plantas submarinas y las rocas peludas, el paisaje se volvió cada vez más seco y arenoso, y empezamos a encontrarnos rocas enormes rayadas con letras rojas que decían, por ejemplo, «Octubre 2012. ideam». Eran como esas escrituras que se ven en los troncos de los árboles hechas por personas enamoradas que quieren inmortalizar su amor o que quieren tratar de atraparlo con palabras, solo que estas eran escrituras de personas que (posiblemente porque están enamoradas de esa montaña) están tratando de medir la velocidad en la que el glaciar se está encogiendo, o están dibujando letras para tener la ilusión de que, al menos en palabras, pueden atrapar al glaciar.(pág. 30).
El malestar de mi corazón de piedras y mi cabeza de plomo con helio y mis pulmones que suplicaban aire de dosmil metros más abajo se multiplicó, y se empezó a derretir hasta ser indistinguible del dolor que sentí al ver el glaciar como un ser moribundo al que se le estaba chorreando la sangre por debajo de mis pies. Ese dolor era de los que no se sabe ubicar en el cuerpo porque pasa sobre todo afuera del cuerpo, en el espacio de las relaciones, que es el mismo espacio de las ausencias. Es un dolor que se empieza a sentir en el pecho pero después se desplaza hacia afuera de la piel, se convierte en algo invisible que pesa y que aplasta y que parece que pudiera llegar a quebrar los huesos. Ese dolor lo empecé a sentir en el espacio que existe entre el glaciar y yo, o más bien, en el espacio que existe entre mi cuerpo que todavía está y el glaciar que ya se fue. Existe en el tiempo que hay entre el nacimiento de ese glaciar y mi nacimiento, en el espacio-tiempo en el que no existen las fotos para ver cómo era porque nunca las tomé y tampoco existen todas las cosas que hubiera querido decirle al glaciar antes de que llegara a este estado terminal. Hola, glaciar. Te vi todo el tiempo mientras crecía, no sé si me viste crecer o si sabes algo de mí pero igual te amo. No quiero que te mueras. Dame tiempo. Ya sé que todo se muere, pero no quiero que te mueras todavía. Quiero mirarte otra vez de lejos como una pintura en un pedazo de cartón entre los cerros y poder decir, de verdad, todo está bien. (pág. 32).