Un texto de Natalia Castañeda editado para entre-ríos por Lisa Blackmore.
Los glaciares son masas de hielo en movimiento. Son aguas compactadas de antiguas glaciaciones expuestas a las dinámicas del tiempo: acumulan hielo y sueltan agua, reciben y entregan. Son la congelación de un tiempo puesto en rotación. Son las fluctuaciones del hielo, de los detritos rocosos y de los velos de ceniza, que ruedan paulatinamente por las pendientes más altas. Son los futuros ríos contenidos. Son aguas adheridas a la cumbre en el cúmulo de la vertiente, son nubes acumuladas detrás de la cima. Los glaciares son cambiantes y dinámicos, dependen directamente de las extremas condiciones atmosféricas de la alta montaña. Los blancos copos de nieve se transforman al azul del hielo glaciar, que en el lento descenso compactan el agua, extrayendo las burbujas de aire que difractan la luz para llegar hasta la profundidad del índigo glaciar, rudo y ancestral. Su rigidez con el tiempo se quiebra y se agrieta, como signo de estabilidad. Pero el agua se filtra por debajo de la masa sólida, al abrigo con la tierra, sin compensar la pérdida. Entre las fisuras, los rayos UV debilitan el hielo, se escurren por la cuenca del glaciar, la zona de ablación o línea de retirada.
¿Cómo asumir el cambio y entregarnos a él?
¿Cómo extender filamentos sensoriales que abonen la empatía en diversas existencias y cooperaciones?
¿Cómo habitar en un paisaje invertido?
¿Cómo entender mi cuerpo como extensión de la montaña?
¿Cómo relacionarnos con un paisaje en deshielo y hacer memoria de un glaciar en extinción: Poleka-Kasue?
Fragmento (1’48”) “Entre el volcán y la vertiente” documental, 42 min, Natalia Castañeda Arbeláez. Composición sonora Sergio Castrillón. Edición Maria Calle-Guerrero. Asesoría guion Julia Calle.
Al borde de los 5.000 msnm. los últimos glaciares del trópico agonizan, masas de agua congelada y en desequilibrio, son una rareza gracias a su latitud ecuatorial y la elevación altitudinal. En Colombia solo subsisten seis glaciares, de los cuales tres están en el centro de la cordillera central en el Parque Nacional Natural los Nevados (PNNN): el Nevado del Ruiz, el Nevado de Santa Isabel y el Nevado del Tolima. Estos glaciares tienen tendencia al retroceso, siendo el Nevado de Santa Isabel el próximo en desaparecer, según prevee el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam, 2020). Los registros anuales dejados por mediciones del glaciar hacen del ascenso a Poleka Kasue el sendero del cambio climático, como lo han denominado los expertos, dando constancia de su reciente transformación. El Ideam ha ido marcando con aerosol rojo grandes piedras en el recorrido, referencias anuales que evidencian el área perdida del glaciar. No hay que ser experto para notar la cuenca descubierta e inestable frente al reciente despojo. Según el Ideam, el aumento de la temperatura y del CO2 en la atmósfera desplazan cada ecosistema de los Andes Colombianos con sus límites superiores; se da un ascenso altitudinal montano con más del 50% para cada zona, desde el bosque andino, subpáramo, páramo, superpáramos y cinturón nival.
Van a ser seis años que conozco este lugar, y a cada ascenso, su masa ha retrocedido varios cientos de metros. Este proceso de seguimiento se ha dado a través del viaje y de un trabajo de archivo. Una recopilación tanto de experiencias y percepciones como de imágenes, información científica y mapas. Una reflexión que se estructura gracias a la cartografía, al extender un espacio para estudiar el terreno, crear conexiones y proponer vías para el recorrido. Desde el inicio de esta investigación en 2016 he ido constituyendo un archivo de imágenes que –como los estratos en geología o pintura– se mezclan, se permean y conectan. Son una suerte de atlas, que agrupan un imaginario visual y estructuran mis recorridos por medio de una constelación de imágenes que nos hablan de la montaña.
La translocación altitudinal de los ecosistemas colombianos de alta montaña puede ocasionar posiblemente la desaparición total de algunos biomas (Ideam, 2012). Entre “la oferta y la demanda” de los recursos naturales, estos ecosistemas son significativos y juegan un papel estratégico global. Además, son rotulados como “Hotspot” en el Global Climatic Tensor que se confiere por la doble condición de biodiversidad y amenaza. No se trata solamente de la pérdida de biodiversidad y la transformación de los ecosistemas, sino también de un problema relacionado con la pérdida de buena parte de los bienes y servicios ambientales, en particular: el agua, correspondiente con la interrelación de los biomas Glaciar-Páramo-Bosque de Niebla afectados por las variaciones y modificaciones del cambio climático global.
Este ascenso térmico en la alta montaña se hace mayoritariamente evidente en el retroceso de los glaciares. En la segunda mitad del siglo XIX después de la pequeña edad de hielo alrededor de 1850, la Comisión Corográfica hizo un inventario de 17 nevados en Colombia; ahora solo quedan seis glaciares en el país. Hasta 1960 se reportaron glaciares en los Paramillos del Cisne y del Quindío, los cuales eran llamados en la época “nevados.” Ahora son denominados “paramillos,” pues sus domos volcánicos de arena y roca están siendo conquistados por la vegetación paramuna de pajonales y líquenes. Los últimos nevados colombianos continúan una tendencia al derretimiento acelerado. Esto como respuesta a su especial sensibilidad tanto a las condiciones climáticas mundiales como regionales, a particularidades locales como microclimas, diferencias en la altitud de los nevados, su topografía o por estar ubicados en zonas volcánicas activas (Ideam, 2018).
De ascenso y descenso
Como todo recorrido que se hace sobre la montaña, el camino es de ascenso y descenso. Empieza con el amplio espectro luminoso, la variación cromática dada por la altitud, donde el cambiante verde de la biomasa nos introduce las características de cada ecosistema, desde la abundancia del bosque andino, la resistencia del páramo, la austeridad del desierto lunar hasta llegar a la cumbre junto a los valiosos glaciares en extinción, el Poleka Kasue. El descenso sigue el agua a través de sus cursos, desde las nubes, los nevados hasta convertirse en ríos y finalmente entrar en los estratos geológicos que nos revelan la historia reciente de la montaña y el retroceso glaciar. Inicio el recorrido a Poleka Kasue por Alfombrales, un estrecho valle donde reposa el vestigio de una laguna colmatada entre la ladera sur del Ruiz y el paramillo del Cisne, un humedal de páramo, un jardín que parece de otro mundo, cuya altitud lo hace endémico. Aquí la vertiente se abre a dos cuencas diferentes, del río Magdalena (oriente) y del río Cauca (occidente), el agua se bifurca en sutil equilibrio, dos charcos conjuntos dirigen sus aguas a vertientes contrarias. Todo es agua y la vegetación se reproduce de manera fractal en redondos colchones verdes que crecen entre aguas tornasoladas. Y entre ellos, se alzan los lupinos, falos de flores azules y aterciopeladas entre hojas en forma de estrellas. Esta vegetación acoge musgos, algas, líquenes. Los colchones de agua son esponjas de tejidos orgánicos, retenedores y reguladores hídricos. “Turberas” es su nombre técnico, humedales que retienen el carbono y transforman lentamente la materia orgánica. Después de Alfombrales, se sigue el paramillo del Cisne, que en los años 1960 perdió su glaciar. Desde el ascenso del Poleka Kasue, en el punto 1960, es clarísimo ver su forma de ave de cuello alargado, cuyo lomo alojaría tiempo atrás aquel desaparecido glaciar. Este cono volcánico abraza la Laguna Verde Encantada, un lugar sublime, una laguna inaccesible de aguas envenenadas por el exceso de sulfatos. En el mirador de la Laguna se vivencia la fuerza del viento que asciende por la vertiente oriental. En el camino la vegetación varía rápidamente; al principio descubro unas pequeñas lagunas que se esconden entre el bosque de frailejones. El último gran árbol es un sietecueros, el portal del camino; pudo mantenerse a esa altura gracias a la estrechez del recoveco que habita y lo protege de las inclemencias del clima. Después de la antigua zona de camping, la pendiente se agudiza, las hierbas se reducen, el gris carbón de la roca hace áspero el escenario. Las piedras descubiertas y desmembradas ruedan sueltas, dan cuenta de la gravedad que juega contra ellas, rocas huérfanas por el abandono del manto glaciar que las cubría. El ascenso se hace entre un valle en forma de U, bordeado por dos cordones de lava y cuyo lecho está labrado por la fuerza del glaciar. La vertiente remonta hasta la arista que conecta la cumbre norte, la cúpula glaciar del Hongo y la cumbre Centro, rodeada por el glaciar Conejeras recientemente fracturado. Esta cuenca deja ver el movimiento de fusiones de antiguas lavas que descendieron como derramamiento de material piroclástico.
La inscripción “1960” sobre una gran piedra, señala el viraje hacia la cuenca glaciar, y marca el año donde antiguamente llegaban sus límites a 4.600 msnm., ahora se ha retirado más de 800 metros. Aquí la datación se vuelve vertiginosa. También es un punto de observación, se distingue al norte todo el volcán Nevado Kumanday (Ruiz) y se observa la forma de cisne que da nombre a este paramillo. Al oriente se observa el glaciar Conejeras en medio de las paredes de roca inestable. En el lecho de la cuenca se deja ver la tracción del glaciar en relación a la pendiente y al occidente “un mar de nubes”.Es una zona de mucha nubosidad, pero hay instantes en que se abre para ver al fondo un fragmento de glaciar. Mi primer encuentro con el glaciar Conejeras fue en 2016 a través de la dimensión del sonido, que con tanta nubosidad apenas era visible su borde. El sonido de las aguas resonaba urgente corriendo entre las cavidades de hielo y roca. Solo en el descenso fue que retorne la mirada y obtuve una primera perspectiva de la masa completa del glaciar Conejeras, un relleno blanco y alargado que se ata enroscado detrás de la cumbre centro. Esta masa cubría la cuenca dejando ver sólo un fragmento de la arista. Ahora es una pared de roca imponente, bajo la cual el charco de hielo se resguarda. En mi último viaje, pude recorrer este relicto del Conejeras. Caminamos diagonalmente hacia su antigua pasarela, la cual ya rota, abrazaba la cumbre central. La mayoría de las grietas son visibles, por lo cual es posible caminar sin crampones. Cada paso resuena al contacto con el hielo, descomponiendo los fractales en líquido. El agudo sonido de cada gota brilla entre la cavidad y el ruido de la corriente subterránea. Este resonar se mezcla con el ruido de la evidencia y la advertencia, que comienza a tener eco y dar visibilidad a un ecosistema frágil y esencial dentro del territorio.
¿Cómo cartografiar un ecosistema en extinción?
La cartografía ha sido la metodología para trazar el recorrido de los lugares de investigación, el medio para proyectar el territorio de estudio y modelar perspectivas ideales, que interpreta y proyecta los volcanes desde la distancia para su comprensión geográfica y trazado de viaje. En un ejercicio de intercambio entre arte y ciencia se realizó Perspectiva ideal de Poleka Kasue, una cartografía que compone el perfil oriental y occidental del nevado Santa Isabel, y cuenta el retroceso del glaciar y los siete relictos que quedaban en el 2020.
Este ejercicio de reconocimiento cartográfico conecta arte y ciencia en función de la representación de un territorio montañoso, un ecosistema en tensión que tiende a convertirse en leyenda: los glaciares, dando cuenta de la vertiginosa inestabilidad climática. El mapa trae el nombre ancestral del nevado Poleka-Kasue y ofrece una interpretación gráfica de la topografía montañosa que el retroceso del glaciar ha dejado expuesta, para observar y comprender las dinámicas del agua y de la roca. Ofrece una mirada relacional, sensible y científica para conocer la complejidad del territorio, entender la urgencia de su transformación e incentivar un cuidado a través de su difusión y conocimiento. Tener el mapa en las manos permite apreciar la montaña desde sus dos costados y desde la distancia para comprender su topografía como montaña y adentrarse en el detalle del ecosistema en extinción. El costado oriental amplifica la vista que se tiene desde el nevado del Tolima. El costado occidental es una perspectiva reconstruida a partir de fotografías aéreas por el camino de Conejeras. Esta perspectiva ideal, como encuadre, permite una imagen de montaña inspirada en aquellas de la Comisión Corográfica del siglo XIX, que supone la distancia para visualizar el perfil montañoso, definir el camino de ascenso, identificar cada cumbre y cada uno de los relictos del glaciar que restan, conocer las herramientas de medición atmosférica y dinámica histórica del glaciar, así como detalles específicos de la vegetación propia del ecosistema del Santa Isabel. El mapa, publicado por Nómada Ediciones, fue posible gracias al intercambio y generosidad del glaciólogo Jorge Luis Ceballos (1963), científico que ha liderado el monitoreo por parte del Ideam, en la Subdirección de Ecosistemas, de los glaciares colombianos. Además, ha impulsado una campaña científica por el conocimiento de estos ecosistemas tan especiales en países ecuatoriales, que tienen una tendencia a la desaparición en solo algunas décadas. Para mí es importante resaltar la labor de Ceballos, quien ha promovido un trabajo conjunto entre científicos, activistas, comunicadores, artistas, montañistas y campesinos en la difusión del estado actual de los nevados colombianos.
Perspectiva ideal del Poleka-Kasue sigue la herencia de Naturgemälde – un microcosmos en una imagen, como lo definió Alexander von Humboldt – la cual constituye una representación de naturaleza que va más allá del paisaje y del mapa, al conjugar una perspectiva sensible y geográfica al mismo tiempo, capaz de sumergirnos en el territorio y sus detalles, y ofrecernos la distancia para contrastar y comparar zonas altitudinales. Cabe anotar asimismo la influencia de la Cartografía de los Andes de Francisco José de Caldas, la visualización de la cadena montañosa, comprensión alargada, de la sucesividad y elongación de la cordillera de los Andes a través de toda Sudamérica. Una particularidad geológica de la conexión latinoamericana a través de la cordillera y que para la visualización de estos tres nevados, nos permite conectar y comprender la conexión profunda del cinturón de fuego del Pacífico, de los cuales estas tres montañas son volcanes activos. Las Perspectivas ideales de la Comisión Corográfica de la Nueva Granada realizadas a mediados del siglo XIX constituyen los referentes más directos para un mapeo del territorio desde una interpretación recompuesta desde diversos documentos, para la proyección imaginada y en perspectiva del territorio montañoso. Estas perspectivas despliegan el espacio tridimensional y complejo de la topografía andina, que parte de una ramificación de la cordillera, amplía la quebrada morfología del centro de Colombia, y retrata o imagina la complejidad geográfica de estas regiones. Componen una Perspectiva ideal para comparar la altura de los principales cerros de la provincia con la de los pueblos que comprenden en su territorio referidas al nivel del mar, cuyo mapa, por ejemplo aquel de la Sierra nevada del Cocuy, marcaba el límite de las nieves perpetuas a 4.657 msnm., que hoy está sobre el borde de los 5.000 msnm.
¿Cómo entender y habitar mi cuerpo como extensión de la montaña?
Durante los últimos seis años he documentado mi experiencia en la montaña a través del vídeo, grabando cuanto he podido. Como la simulación en este caso no existe, las imágenes que entrego registran una mirada que por momentos es desenfrenada, que sigue el camino de la alta montaña al ritmo de mis pasos y aliento. Una mirada vivencial que se entrega a los detalles, al agua corriendo bajo el glaciar, a los lupinos que adornan los altos jardines o a la herida dejada por el lahar.
En un compromiso con el territorio he propuesto un espacio narrativo para sumergirse en las diferentes atmósferas, desde un ejercicio documental que parte de la experiencia individual hacia un relato de cámara en mano, que camina por la montaña, que le habla, la toca y ofrece un viaje en sí con la montaña y su luz. En forma de video-ensayo, en Entre el volcán y la vertiente entablo una conversación con la montaña para materializar la dimensión instalativa de la proyección, para expandir el video al espacio, para rodear el cuerpo, invertir la imagen y sugerir el vértigo de la alta montaña. A través de la imagen en movimiento, se dilata el espacio temporal de la contemplación, tanto del paisaje externo como del interno, y así se evidencia lo que sucede en medio: la transformación del sujeto y del entorno. Se crea una ficción que parte de lo pictórico y de lo documental para arrojar preguntas sobre problemáticas geográficas y ecológicas.
El video abre la posibilidad de trazar una temporalidad comparada a través del documento, entre el tiempo de la montaña de miles de millones de años y la transitoriedad de mi propio ser. Estas duraciones tan absurdamente diferenciadas se cruzan en la experiencia del viaje en busca de un relato personal donde el cuerpo es pulso y aliento para sostener la mirada y detenerse en el conflicto que supone nuestro avanzar sobre la naturaleza, en contraste con la indiferencia de la montaña frente a nuestro andar. Así el video permite una performatividad donde el cuerpo da ritmo a la ficción. Entre el volcán y la vertiente emplaza la montaña como protagonista, como objeto de estudio. El registro periódico da cuenta de unos cambios que son visibles y otros que no lo son. Y es en ese espacio, donde el ejercicio documental, sigue e interroga a la montaña, da la vuelta y vuelve a recorrerla, como buscando pistas de una transformación inevitable.
Enlazo la vida personal con la montaña con una mirada que rota en el territorio e invierte la perspectiva, un dispositivo para experimentar el vértigo de la cumbre, rodar por la vertiente y fugarse en detalles que componen la experiencia. Sentir el territorio como un reflejo y una extensión de mi cuerpo. Una aproximación que apela a un valor espiritual, un ser vivo que rige y regula la vida sobre sus laderas, una fabulación especulativa que rinde homenaje y a la vez cuestiona al ser complejo y activo de la montaña, un Apu, un ser de derechos, regulador de aguas, tan adverso e inasequible como indiferente.
Cuestiono y a la vez utilizo el artefacto de representación como una herramienta de comunicación con la montaña. Abro un diálogo crítico y a la vez poético, que se rinde a la fascinación por el detalle de los líquenes, los pajonales, las rocas, las cuencas, los perfiles, como capas que cubren la montaña y soportan mi cuerpo. Como posibles receptores de una simbiosis futura, que de igual manera reconoce el territorio como un ser de derechos, e interroga las formas humanas de conversar con esa entidad (ente sistémico) que es la montaña.
¿Cómo asumir el cambio y entregarnos a él?
¿Cómo extender filamentos sensoriales que abonen la empatía en diversas existencias y cooperaciones?
¿Cómo habitar futuras conexiones en un paisaje invertido?
La especulación surge en medio de preguntas por habitar aquel lugar inhóspito, recientemente despojado de la solidez de aguas milenarias. Como la vida de los líquenes que conquistan la roca descubierta por el derretimiento de los glaciares, líquenes que nos datan sus pericias para entender la rapidez del cambio y unirse a esa fabulación en una dinámica de supervivencia. Se busca un parentesco que nutra la comunicación y el intercambio con la naturaleza, donde la ficción nos entrelaza a probables conversaciones que comprendan una concepción ancestral, un cuerpo compartido y un cuidado conjunto. Y también, como los líquenes, un desapego a las aguas congeladas donde el glaciar se agota, la vegetación asciende y las piedras se erosionan. Esta obra puede ser comprendida como una plegaria o un breve recuento de afectos y atmósferas cromáticas, en una fabulación de paisajes y fenómenos cambiantes para tejer una idea a través de imágenes de lo que ha sido esta experiencia vincular.