EL HILO ROJO.
El arte de los afectos.

Tempranamente entendí la imposibilidad de captar la intensidad de la luz natural en un medio opaco como la pintura; esta leve frustración ha sido el hilo que ha trazado mi camino, en un ejercicio de lealtad o más bien de insistencia frente a la dificultad del intento.

La invitación de la Curadora Sylvia Suarez a seguir el hilo del destino, preguntándome sobre las conexiones que desde el arte y el afecto se crean, me sugirió un ejercicio de atención para señalar la recurrencia de la verdadera mirada, de los puntos en común y las casualidades del camino.

Su carta desde México me conecto con mi amiga Julia Calle en el D.F. Esto amplío la correspondencia, para generar un ejercicio de transferencia y simultaneidad. Una acción compartida de registro y seguimiento de un fenómeno ordinario: el amanecer y el atardecer, visible desde diferentes latitudes.

Esta práctica conjunta comenzó el viernes 9 de noviembre, donde ambas (Julia en el D.F. y yo entre Sasaima y Bogotá) registramos fotográficamente la luz del cielo en el intersticio corto entre la ausencia y la presencia de la luz solar. En una rutina simple y poética enfocamos nuestra mirada a la escena ordinaria y única que el cielo otorga desde diferentes coordenadas, como un intercambio simultáneo de atmósferas presentes.

En este corto instante de cambio entre la oscuridad y la luz, el cielo se visualiza de color rojo en una transición que pareciera mágica. Justo al iniciar o finalizar el día, la luz blanca atraviesa su más larga trayectoria dispersando las ondas electromagnéticas cortas, del azul, para dejar las más largas, del naranja y el rojo, entrar a nuestros ojos. Esta transición hace ver el rojo, del ocaso y del alba, como el hilo que conecta la noche con el día, en la promesa de que se siguen en el ciclo del tiempo, en la certeza que el destino se escribe a diario.

Esta acción conjunta creó un compromiso, un lazo de responsabilidad a través del afecto, donde mi curiosidad por ese cielo oracular de tradición maya, de comprensión del tiempo, sirvió de referente para la interpretación pictórica. Ese intento ya fallido se convirtió en una respuesta fluida para abstraer el movimiento incesante que se registra del tiempo, de la luz frente a nuestros ojos y así poder reafirmar vínculos afectivos con el presente.

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