Galeria Nueveochenta, Bogotá, 24 de Agosto hasta el 22 de Septiembre de 2017.
Parece distante es una reflexión en torno al paisaje desde la experiencia al interior del recorrido. Recorridos hechos alrededor de un territorio específico: Volcán nevado el Ruiz, pero también a través del ejercicio de representación donde el tiempo pueda abrir el relato del quehacer pictórico y del montaje en video. Me interesa prestar especial atención a cómo surge la imagen a través de capas de sedimentación, que al igual que el paisaje se acumulan gesto tras gesto, paso tras paso, imagen tras secuencia.
La primera vez que ascendí al nevado volcán el Ruiz tenía alrededor de 17 años, desde aquel entonces subo periódicamente, convirtiéndose en un motivo tácito de mi pintura, una excusa para volver siempre a la montaña. Supongo que con el tiempo, sumando recorridos, seré más consciente de las esquinas inaccesibles y vistas imposibles de alcanzar. La montaña es un territorio en transformación, su temporalidad se me escapa. Los verdes y los azules se apaciguan al esplendor intenso de la luz de la alta montaña. Y en ese enceguecimiento pareciera que el gris lo cubre todo. El ambiente es árido y húmedo a la vez, los rojos se esconden bajo el plata lunar de las rocas y los amarillos azufre bordean la neblina.
En un ejercicio documental busco representar el lugar por medio de un registro audiovisual y pictórico, donde se dilata el espacio temporal de la contemplación, tanto del paisaje externo como del interno, y así se evidencia lo que sucede en medio: la transformación del sujeto y del entorno. Mi interés es trazar una temporalidad comparada entre el tiempo de la montaña de miles de millones de años en contraste con la transitoriedad humana. Estas duraciones tan absurdamente diferenciadas se cruzan en la experiencia nómada del viaje y revelan conflictos como: el impacto del ecoturismo que acelera la inevitable transformación de la naturaleza y sin embargo la indiferencia de la montaña frente a nuestro avance.
La pintura la experimento como un viaje, un recorrido que se adentra en una serie de gestos, acoplando dinámicas y tensiones para definir el relieve topográfico. Siguiendo la tradición pictórica de Cézanne y Hokusai con el monte Sainte-Victoire o el monte Fuji respectivamente, busco desglosar la estructura del paisaje a través de la modulación del color. Un recorrido a través de las capas que puedan componer el paisaje geológico y pictórico. Suelo empezar con lo más lejano que permea el territorio y lo hace visible, la luz. Propongo un barrido cromático, una supuesta refracción del espectro visible de las ondas electromagnéticas a una paleta sensible del lugar. De esta manera el espectro queda como base vibrando con la materia.
El video propone un movimiento de cámara que avanza alrededor del territorio en el que se eleva y se invierte, se acerca y se aleja. Así se compone un solo entorno enmarcado por la rotación y entrega del horizonte. Un seguimiento constante correspondiente a la complejidad serena y abismal de la montaña. En un ejercicio devocional por el territorio, el camino es la excusa para asumir el tiempo y el movimiento como práctica estética. Es el encuadre que hace el paisaje, es mi movimiento que denuncia aquel de la montaña.
Busco abrir preguntas sobre diversas concepciones de esa geografía y emplazar problemáticas de orden concreto, como el deshielo de los nevados, la latencia del volcán, la curiosidad por lo inhóspito, historias locales y ficciones personales que se tejen alrededor de la montaña. Y de esta manera sugerir una narración pictórica donde la experiencia revela diversos vínculos con el territorio. Una excusa para entrelazar mi vida a esa montaña y quizás así acercarme a nociones ancestrales que conciben el territorio parte del propio cuerpo.
Natalia Castañeda Arbelaez
Galeria Nueveochenta, Bogotá, 24 de Agosto hasta el 22 de Septiembre de 2017.
Parece distante es una reflexión en torno al paisaje desde la experiencia al interior del recorrido. Recorridos hechos alrededor de un territorio específico: Volcán nevado el Ruiz, pero también a través del ejercicio de representación donde el tiempo pueda abrir el relato del quehacer pictórico y del montaje en video. Me interesa prestar especial atención a cómo surge la imagen a través de capas de sedimentación, que al igual que el paisaje se acumulan gesto tras gesto, paso tras paso, imagen tras secuencia.
La primera vez que ascendí al nevado volcán el Ruiz tenía alrededor de 17 años, desde aquel entonces subo periódicamente, convirtiéndose en un motivo tácito de mi pintura, una excusa para volver siempre a la montaña. Supongo que con el tiempo, sumando recorridos, seré más consciente de las esquinas inaccesibles y vistas imposibles de alcanzar. La montaña es un territorio en transformación, su temporalidad se me escapa. Los verdes y los azules se apaciguan al esplendor intenso de la luz de la alta montaña. Y en ese enceguecimiento pareciera que el gris lo cubre todo. El ambiente es árido y húmedo a la vez, los rojos se esconden bajo el plata lunar de las rocas y los amarillos azufre bordean la neblina.
En un ejercicio documental busco representar el lugar por medio de un registro audiovisual y pictórico, donde se dilata el espacio temporal de la contemplación, tanto del paisaje externo como del interno, y así se evidencia lo que sucede en medio: la transformación del sujeto y del entorno. Mi interés es trazar una temporalidad comparada entre el tiempo de la montaña de miles de millones de años en contraste con la transitoriedad humana. Estas duraciones tan absurdamente diferenciadas se cruzan en la experiencia nómada del viaje y revelan conflictos como: el impacto del ecoturismo que acelera la inevitable transformación de la naturaleza y sin embargo la indiferencia de la montaña frente a nuestro avance.
La pintura la experimento como un viaje, un recorrido que se adentra en una serie de gestos, acoplando dinámicas y tensiones para definir el relieve topográfico. Siguiendo la tradición pictórica de Cézanne y Hokusai con el monte Sainte-Victoire o el monte Fuji respectivamente, busco desglosar la estructura del paisaje a través de la modulación del color. Un recorrido a través de las capas que puedan componer el paisaje geológico y pictórico. Suelo empezar con lo más lejano que permea el territorio y lo hace visible, la luz. Propongo un barrido cromático, una supuesta refracción del espectro visible de las ondas electromagnéticas a una paleta sensible del lugar. De esta manera el espectro queda como base vibrando con la materia.
El video propone un movimiento de cámara que avanza alrededor del territorio en el que se eleva y se invierte, se acerca y se aleja. Así se compone un solo entorno enmarcado por la rotación y entrega del horizonte. Un seguimiento constante correspondiente a la complejidad serena y abismal de la montaña. En un ejercicio devocional por el territorio, el camino es la excusa para asumir el tiempo y el movimiento como práctica estética. Es el encuadre que hace el paisaje, es mi movimiento que denuncia aquel de la montaña.
Busco abrir preguntas sobre diversas concepciones de esa geografía y emplazar problemáticas de orden concreto, como el deshielo de los nevados, la latencia del volcán, la curiosidad por lo inhóspito, historias locales y ficciones personales que se tejen alrededor de la montaña. Y de esta manera sugerir una narración pictórica donde la experiencia revela diversos vínculos con el territorio. Una excusa para entrelazar mi vida a esa montaña y quizás así acercarme a nociones ancestrales que conciben el territorio parte del propio cuerpo.
Natalia Castañeda Arbelaez
Galeria Nueveochenta, Bogotá, 24 de Agosto hasta el 22 de Septiembre de 2017.
Parece distante es una reflexión en torno al paisaje desde la experiencia al interior del recorrido. Recorridos hechos alrededor de un territorio específico: Volcán nevado el Ruiz, pero también a través del ejercicio de representación donde el tiempo pueda abrir el relato del quehacer pictórico y del montaje en video. Me interesa prestar especial atención a cómo surge la imagen a través de capas de sedimentación, que al igual que el paisaje se acumulan gesto tras gesto, paso tras paso, imagen tras secuencia.
La primera vez que ascendí al nevado volcán el Ruiz tenía alrededor de 17 años, desde aquel entonces subo periódicamente, convirtiéndose en un motivo tácito de mi pintura, una excusa para volver siempre a la montaña. Supongo que con el tiempo, sumando recorridos, seré más consciente de las esquinas inaccesibles y vistas imposibles de alcanzar. La montaña es un territorio en transformación, su temporalidad se me escapa. Los verdes y los azules se apaciguan al esplendor intenso de la luz de la alta montaña. Y en ese enceguecimiento pareciera que el gris lo cubre todo. El ambiente es árido y húmedo a la vez, los rojos se esconden bajo el plata lunar de las rocas y los amarillos azufre bordean la neblina.
En un ejercicio documental busco representar el lugar por medio de un registro audiovisual y pictórico, donde se dilata el espacio temporal de la contemplación, tanto del paisaje externo como del interno, y así se evidencia lo que sucede en medio: la transformación del sujeto y del entorno. Mi interés es trazar una temporalidad comparada entre el tiempo de la montaña de miles de millones de años en contraste con la transitoriedad humana. Estas duraciones tan absurdamente diferenciadas se cruzan en la experiencia nómada del viaje y revelan conflictos como: el impacto del ecoturismo que acelera la inevitable transformación de la naturaleza y sin embargo la indiferencia de la montaña frente a nuestro avance.
La pintura la experimento como un viaje, un recorrido que se adentra en una serie de gestos, acoplando dinámicas y tensiones para definir el relieve topográfico. Siguiendo la tradición pictórica de Cézanne y Hokusai con el monte Sainte-Victoire o el monte Fuji respectivamente, busco desglosar la estructura del paisaje a través de la modulación del color. Un recorrido a través de las capas que puedan componer el paisaje geológico y pictórico. Suelo empezar con lo más lejano que permea el territorio y lo hace visible, la luz. Propongo un barrido cromático, una supuesta refracción del espectro visible de las ondas electromagnéticas a una paleta sensible del lugar. De esta manera el espectro queda como base vibrando con la materia.
El video propone un movimiento de cámara que avanza alrededor del territorio en el que se eleva y se invierte, se acerca y se aleja. Así se compone un solo entorno enmarcado por la rotación y entrega del horizonte. Un seguimiento constante correspondiente a la complejidad serena y abismal de la montaña. En un ejercicio devocional por el territorio, el camino es la excusa para asumir el tiempo y el movimiento como práctica estética. Es el encuadre que hace el paisaje, es mi movimiento que denuncia aquel de la montaña.
Busco abrir preguntas sobre diversas concepciones de esa geografía y emplazar problemáticas de orden concreto, como el deshielo de los nevados, la latencia del volcán, la curiosidad por lo inhóspito, historias locales y ficciones personales que se tejen alrededor de la montaña. Y de esta manera sugerir una narración pictórica donde la experiencia revela diversos vínculos con el territorio. Una excusa para entrelazar mi vida a esa montaña y quizás así acercarme a nociones ancestrales que conciben el territorio parte del propio cuerpo.
Natalia Castañeda Arbelaez